Intimidad y afectos de la persona célibe

Este artículo, sobre la intimidad y afectos en la persona célibe, es el penúltimo de la serie Ciento por uno sobre el celibato cristiano.

Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón (Lc 12, 34), dice Jesús a los discípulos. La plenitud del corazón dependerá de que el tesoro que lo colme sea el verdadero tesoro. San Agustín nos recuerda, con su conocida oración: nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti. El Amor de Dios es lo que colma el corazón del hombre, lo que lo hace descansar; y junto con Su amor, todos los demás amores de esta tierra, en la medida que nos conduzcan a Él y resalten su Amor. Ese es el secreto del corazón de una persona célibe y de su intimidad. Es la perspectiva que lleva a fomentar y enriquecer los afectos que han de llenarlo, los amores que vale la pena cultivar en la propia intimidad.

Índice de contenido intimidad y afectos de la persona célibe

La intimidad

¿Qué es la intimidad? Lo íntimo es lo más interior, lo interno, es decir: el centro del corazón de la persona. Cuando se refiere a la comunión entre personas, la intimidad «es un tipo de relación que refleja, por un lado, una necesidad fundamental de apego, de conexión segura y estable con otro»[1]. En ese sentido, tiene como componente central la cercanía, una cierta inmediatez con el otro. Y, por otro lado, también supone que esta proximidad esté coloreada por una experiencia afectiva. La intimidad se enriquece por medio de la capacidad de una persona para confiar en otra y compartir con ella aspectos profundos y personales de su vida, sintiéndose comprendida y valorada.

La riqueza de la intimidad tiene mucho que ver con la libertad y la aceptación que resultan de sentirse amado y poder corresponder a ese amor personal. Eso genera un espacio de confianza y valoración que son fundamentales. «Disfrutamos de intimidad con otra persona cuando somos capaces de estar ante ella sin nuestras habituales defensas y máscaras, vulnerables y, sin embargo, con plena confianza. No sólo nos sentimos libres para compartir nuestros más profundos miedos y ansiedades, sino que nos atrevemos a revelar lo que es aún más personal: nuestros más profundos ideales y sueños, los pensamientos más nobles de nuestro espíritu»[2].

Esta experiencia de unión, cuando es realmente madura en quien vive el celibato, le permite descubrir que en el fondo de su corazón sólo existe Dios, el único que puede llenar su deseo radical de comunión. Al mismo tiempo, le permite vivir con serenidad y expectativas realistas las relaciones de mayor o menor intimidad con las demás personas.

Dimensiones de la intimidad en la persona célibe

La intimidad personal tiene múltiples dimensiones, por ejemplo: intimidad sexual, física (no sexual), intelectual (compartimos ideas o perspectivas), emocional (se comparten sentimientos y empatía), social (compartir tiempo, inquietudes), espiritual (compartimos aspectos de nuestro vínculo con Dios), entre otras. Esas dimensiones no pueden ser completamente satisfechas por una única persona, sino por una red relaciones. Cada persona -inclusive Dios- accede y complementa algunas de esas dimensiones de la intimidad, según la exclusividad y centralidad en el proyecto personal. Como antes hemos explicado, en el célibe, la intimidad de la sexualidad se completa por superación, desde la armonía del corazón y los sentimientos con Dios y la fecundidad espiritual de la propia vida.

La auténtica riqueza de la intimidad siempre tiene que pasar -en algún momento de la vida- por una fase de cierta desilusión, una caída parcial de las idealizaciones, fruto quizás de una imagen poco realista del camino del celibato o del matrimonio. La intimidad verdadera sobrevive al encantamiento inicial, se profundiza y se vuelve más auténtica si supera esta purificación[3].

¿Amar a un Dios invisible?: la exclusividad con Jesús

Si nadie ha visto jamás a Dios, ¿cómo podremos amarlo? Respondiendo a esa inquietud, dice Benedicto XVI: «Dios no es del todo invisible para nosotros, no ha quedado fuera de nuestro alcance. Dios nos ha amado primero, dice la Carta de Juan (cf. 1Jn 4, 10), y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues “Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él ” (1Jn 4, 9). Dios se ha hecho visible: en Jesús podemos ver al Padre (cf. Jn 14, 9). De hecho, Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro»[4].

Dios se ha hecho especialmente visible –y, de alguna manera, también sensible- en Jesucristo. Por eso el encuentro personal con Él es esencial para abrazar el Amor de Dios, para que el corazón colme su intimidad en primer lugar del único Amor en el que realmente descansa.

Exclusividad del amor con Jesús en el celibato

Es esencial el cariño sincero a Jesús. Para el célibe es fundamental centrar la intimidad en la exclusividad de Su amor. Lo es para todo cristiano, pero de un modo radical y mucho más inmediato, para el célibe. La vida de piedad es el alma de la relación personal con Jesús. Por eso debe ser la prioridad, lo que se debe renovar y profundizar. Esa dinámica es la que colma el corazón: «el reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. No obstante, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo»[5].

El secreto de un celibato saludable

Mientras el cariño a Jesús esté vivo, percibido y manifestado en lo pequeño, en una búsqueda contemplativa de Su presencia, la vocación estará saludable y se podrá vivir con alegría. Dice F. Sheen: «si un hombre renuncia a su libertad por una mujer que ama, entonces también es posible que un hombre renuncie a una mujer por Cristo. El amor, en el celibato, aumenta y disminuye con el amor a Él. En la medida que Cristo ya no reina en los corazones, algo debe ocupar su lugar y llenar el vacío»[6].

Por eso, también «el celibato cuesta más cuando nos desenamoramos de Cristo. Allí se convierte en una pesada carga. (…) Si lo vemos en relación con Cristo, deja de ser un problema y pasa a ser una cuestión de amor. (…) Podría dibujar -sigue diciendo Sheen- una curva de mi propia vida –y estoy seguro de que cada sacerdote tendría una parecida- y mi actitud respecto del celibato siempre se vería en relación directa con mi amor personal a Cristo. Una vez que nuestras pasiones ya no se encienden por Él, comienzan a encenderse por las creaturas. El celibato no es la ausencia de pasión; es más bien la intensidad de una pasión. Toda pasión tiene un objeto que la despierta: una montaña de oro, una mujer, “un mechón de pelo” -como dijo Kipling-, o Cristo»[7].

Un corazón lleno de rostros y de nombres

La libertad particular que brinda el celibato da una amplitud de corazón que permite ofrecer un cariño grande y puro a muchas personas: el corazón del célibe necesita estar lleno de rostros y de nombres[8]. Se aplica especialmente en el célibe lo que dice Machado: «Poned atención: / un corazón solitario / no es un corazón». El amor primero y exclusivo es para Jesús. Es justamente ese amor a Él lo que permite amar, por Él y con Él, a muchísimas personas que Dios pone en el camino de la vida.

Intimidad y afectos de la persona célibe, rostros y nombres, serie Ciento por uno, Fernando Cassol

De algún modo, sentirse amado y amar a Dios pasa en buena parte por las personas con las que compartimos nuestra vida[9]. El afecto personal, la amistad, son importantes lugares en los que Dios expresa su Amor y, de algún modo, llega a tocar nuestra sensibilidad. «Esa caridad –afirma San Josemaría-, se llena de matices más entrañables cuando se refiere a los hermanos en la fe, y especialmente a los que, porque así lo ha establecido Dios, trabajan más cerca de nosotros (…). Si no existiese ese cariño, amor humano noble y limpio, ordenado a Dios y fundado en Él, no habría caridad»[10].

Esta dimensión de un corazón generoso lleva, por tanto, a luchar y distanciarse de un modelo de vida individualista, solitario o reservado a un cumplimiento externo de los deberes. Amar supone comprometer el corazón, abrirse y acoger la realidad del otro en su riqueza y diversidad.

«Amare in Deum»

«Por mucho que ames, nunca querrás bastante -afirma San Josemaría-. El corazón humano tiene un coeficiente de dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un “crescendo” de cariño que supera todas las barreras. Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón»[11]. Esa es la clave: amar mucho y a todos, en Jesús y por Jesús. Y así el corazón estará lleno y será libre.

El corazón de una persona célibe está especialmente llamado a participar de la universalidad del amor de Dios a todas las personas[12]. Es precisamente la entrega exclusiva a Dios –corporal y espiritual- que se vive en ese camino, la que hace posible luego su entrega universal a los demás[13]. Es importante entender que Dios no pide al célibe querer menos a las personas, para reservarse a Él.

Lo que se entrega sólo a Jesús es el amor de exclusividad, que lleva a afectos y manifestaciones únicas que son consecuencia de compartir la intimidad con el Señor. Ese mismo corazón, lleno de Dios, se hace así capaz de un amor real y generoso que puede querer sin miedo a muchos y quererlos de verdad. Amar a muchas personas en Cristo y por Cristo es signo y refuerzo del amor a Él. La universalidad que tiene el corazón de quien vive el celibato es un reflejo fuerte y nítido del amor que él mismo recibe del Señor[14].

Amar las cosas en Dios

«Ningún amor humano verdadero es incompatible con la plena entrega a Cristo con tal de que se integre y se incorpore a esa entrega y esté impregnada por el espíritu de Cristo. Y nuestra identificación con Cristo no priva a ninguno de nuestros amores de su carácter afectivo. (…) Ahí está la clave: en amar las cosas [y las personas] en Dios»[15]. Así se vive sin miedo y alejados del peligro de enredarse en inmaduros apegos, preferencias y, en definitiva, deformaciones propias de la pequeñez del amor genuino. Querer mucho y a todas las personas en y a través del Corazón de Jesús, «amare in Deum», es el modo propio de tener el corazón pleno del verdadero amor.

La misión con pasión de la persona célibe

El corazón de una persona encuentra también sus grandes amores en su misma misión: comprometer el corazón con las personas, el proyecto evangelizador, la institución en la que se trabaja, las iniciativas que promueve… Todo eso ha de ser expresión del deseo de fecundidad que encuentra, por la fe, el campo adecuado para desplegarse. Así es posible distanciarse de la actitud que podrían reducir la vocación a una mera función que cumplir. Para el célibe, de un modo particular, «la misión es el oxígeno de la vida cristiana»[16].

La entrega y disponibilidad de los esposos en el matrimonio puede de ser un buen modelo para el compromiso que un célibe ha de fomentar en su vida. «La virginidad -explica el Papa Francisco- es una forma de amar. Como signo, nos recuerda la premura del Reino, la urgencia de entregarse al servicio evangelizador sin reservas (cf. 1Co 7, 32).»

Misión apasionada con afectos e intimidad, valor del celibato cristiano, serie ciento por uno, Fernando Cassol

«El celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad para moverse con autonomía, para cambiar de lugares, de tareas y de opciones, para disponer del propio dinero, para frecuentar personas diversas según la atracción del momento. En ese caso, resplandece el testimonio de las personas casadas. Quienes han sido llamados a la virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios un signo claro de la generosa e inquebrantable fidelidad de Dios a su Alianza, que estimule sus corazones a una disponibilidad más concreta y oblativa»[17].

En la misión, la cercanía personal con Jesús y la riqueza de la propia vida se encuentran, tejiendo una unidad en el proyecto de vida que llena el corazón. «El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie».[18]

Institución e intimidad

Pueden parecer dimensiones muy separadas, independientes. Sin embargo, tienen una estrecha relación. El celibato por el Reino de los cielos se vive en la Iglesia, insertados en una institución que, en parte, ha de proteger y promover la identidad de la misión recibida de Dios y, a la vez, transmitir la conciencia de hogar en la que sentirse queridos y valorados. De hecho, las dos dimensiones que definen la vida de una persona tienen mucho que ver con eso: trabajo y familia; lugar donde sentirse valorado y el espacio donde hacer fecunda la vida.

En efecto, la salud de la intimidad personal necesita también de una vivencia de la vocación donde la dimensión institucional sea familia, se sienta como casa, como lugar seguro de pertenencia y envío. Esto sucede en buena parte cuando hay identificación con los gestos, palabras, objetivos (ritos, tradiciones, lenguajes, visiones, opciones, sensibilidades). El deseo de pertenencia se refuerza al sentirse cercanos, acogidos con calidez, reconocidos y apreciados. En este sentido, tanto la dimensión vertical de la autoridad, como la horizontal de la fraternidad tienen un rol de gran importancia para el reconocimiento y la valoración de cada persona.

Intimidad institucional

Se trata de trabajar conjuntamente y buscar, en lo esencial, comunión de fe y misión. Y en lo accidental, diálogo respetuoso y abierto para acoger lo diverso como riqueza y no como amenaza. La intimidad institucional implica poder expresar asertivamente -con honestidad y respeto- la propia opinión, dolores, perplejidades, etc. Esa pertenencia lleva a una comunión de hermanos y aleja de la distancia diplomática[19].

Tanto para la intimidad de la persona como para la institución, la confianza mutua es un valor fundamental. «La espiritualidad de la comunión -decía Juan Pablo II- da un alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y apertura que responde plenamente a la dignidad y responsabilidad de cada miembro del Pueblo de Dios»[20]. Esa confianza es un valor irremplazable, frágil y siempre necesitado de un crecimiento en el que cada uno es indispensable, hecho de esfuerzo y donación, que se enriquece desde lo humano y lo sobrenatural.

Fernando Cassol

Notas del artículo intimidad y afectos en la persona célibe

[1] Dreidemie, Juan Pablo. Afectividad e intimidad en el célibe [Sesión en conferencia en Curso de Actualización Teológica], 9/8/2023, Buenos Aires.

[2] Cfr. Cozzens, D., La faz cambiante del sacerdocio, Sal Terrae, 2004

[3] Cfr. idem.

[4] Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 17.

[5] Idem

[6] Sheen, F., Tesoro en vasija de barro, Logos, Rosario (2015), 231.

[7] Idem, 229-230.

[8] Papa Francisco, Exhort. Apost. Evangelii gaudium, n. 274.

[9] Jesús «siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. En la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana». Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 17.

[10] Amigos de Dios, n. 231

[11] San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, 8° estación, punto de meditación n. 5.

[12] Cfr. García-Morato, J. R., Creados por amor, elegidos para amar, Eunsa, Pamplona (2005), 69.

[13] Cfr. idem, 89.

[14] Cfr. idem, 87.

[15] García-Morato, J. R., Crecer, sentir, amar. EUNSA, Pamplona (2002), 79-80.

[16] Papa Francisco, Audiencia, 11-I-2023.

[17] Papa Francisco, Exhort. Apost. Amoris laetiae, 159 y 172.

[18] Papa Francisco, Exhort. Apost. Evangelii gaudium, n. 266.

[19] Cfr. Dreidemie, Juan Pablo. Afectividad e intimidad en el célibe [Sesión en conferencia en Curso de Actualización Teológica], 9/8/2023, Buenos Aires.

[20] San Juan Pablo II, Carta Ap. Novo millennio ineunte, 297.

Artículos de la serie Ciento por uno sobre el celibato

Fernando Cassol
Fernando Cassol
Fernando Cassol es sacerdote de la Prelatura del Opus Dei. Ejerce su ministerio en Buenos Aires (Argentina). Graduado en Ciencias Económicas se especializó en Filosofía, en la Universidad de la Santa Cruz (Roma). Su tarea principal se centró en la formación y acompañamiento espiritual de jóvenes, trabajando en particular con los que comenzaban su camino vocacional en el celibato.
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Artículo logoterapia y religión, Frankl y Torelló, Estudios Católicos, Grupo de Investigación en Psicología y Vida Espiritual, Joambattista Torelló