Felicidad y lágrimas en un mundo feliz

Un mundo feliz: La construcción de una sociedad perfecta (II)

¿Es posible conjugar felicidad y lágrimas en un mundo feliz? Siguiendo la novela de Aldous Huxley, Un Mundo Feliz*, vimos en un primer artículo el intento de eliminar el sufrimiento emocional. Descubramos ahora qué nos dice Huxley de la felicidad sin esfuerzo, al alcance de cualquiera, del bienestar anónimo.

Índice de contenido

La felicidad como bienestar

La felicidad como incerteza

Una felicidad como desafío

Felicidad como bienestar sin lágrimas

Lo máximo quizás a que se aspira hoy en día sea a disfrutar. Seguro que es una de las palabras-comodín, de esas que se dicen y se escuchan a toda hora: ¡que lo disfrutes! ¡hay que disfrutarlo!

El Interventor del Mundo Feliz, Mustafá Mond, y el Salvaje, John, están charlando en la oficina sobre las dos cosmovisiones de sus mundos, las dos maneras de hacer las cosas.

Charlan sobre el sentido del dolor, del sacrificio y del esfuerzo que la vida exige en la “Reserva” natural donde viven las personas como John, o sobre la facilidad con que se puede hacer y tener todo y cualquier cosa o persona en el Mundo Feliz.

El Interventor, Mond, explica en qué consiste vivir en una sociedad civilizada:

—Mi joven y querido amigo —dijo Mustafá Mond—, la civilización no tiene ninguna necesidad de nobleza ni de heroísmo (…) Donde hay guerras, donde hay una dualidad de lealtades, donde hay tentaciones que resistir, objetos de amor por los cuales luchar o que defender, allí, es evidente, la nobleza y el heroísmo tienen algún sentido. Pero actualmente no hay guerras. Se toman todas las precauciones posibles para evitar que cualquiera pueda amar demasiado a otra persona.

No existe la posibilidad de elegir entre dos lealtades o fidelidades; todos están condicionados de modo que no pueden hacer otra cosa más que lo que deben hacer. Y lo que uno debe hacer resulta tan agradable, se permite el libre juego de tantos impulsos naturales, que realmente no existen tentaciones que uno deba resistir…(p. 132).

Felicidad sin esfuerzo y sin lágrimas en un mundo dichoso

El Salvaje no entiende que se pueda ser feliz sin esfuerzo, que se pueda amar a alguien sin necesidad alguna de sacrificarse por la persona amada. Y le responde citando a Shakespeare, ya que el propio Mond había traído a cuento la nobleza y el heroísmo, y dando un ejemplo de cómo se manifestaba el amor por una joven en su aldea.

—Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo? «Si después de cada tormenta vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta despertar a la muerte».

Hay una historia, que uno de los ancianos indios solía contarnos, acerca de la Doncella de Mátsaki. Los jóvenes que aspiraban a casarse con ella tenían que pasarse una mañana cavando en su huerto. Parecía fácil; pero en aquel huerto había moscas y mosquitos mágicos. La mayoría de los jóvenes, simplemente, no podían resistir las picaduras y el escozor. Pero el que logró soportar la prueba, se casó con la muchacha.

 —Muy hermoso. Pero en los países civilizados —dijo el Interventor— se puede conseguir a las muchachas sin tener que cavar para ellas; y no hay moscas ni mosquitos que le piquen a uno. Hace siglos que nos libramos de ellos.

¿Son necesarias las lágrimas para ser felices en el mundo?

El Salvaje asintió, ceñudo.

—Se libraron de ellos. Sí, muy propio de ustedes. Librarse de todo lo desagradable en lugar de aprender a soportarlo. Si es más noble soportar en el alma las pedradas o las flechas de la mala fortuna, o bien alzarse en armas contra un piélago de pesares y acabar con ellos enfrentándose a los mismos… Pero ustedes no hacen ni una cosa ni otra. Ni soportan ni resisten. Se limitan a abolir las pedradas y las flechas. Es demasiado fáci (…)

 —Lo que ustedes necesitan —prosiguió el Salvaje— es algo con lágrimas, para variar. Aquí nada cuesta lo bastante ( p. 132).

Hemos montado un mundo cómodo, eficiente y tranquilo, donde nada cuesta mucho esfuerzo. Todo lo podemos conseguir con una leve presión en el móvil: desde la compra de un coche o un piso, pasando por visitas a museos o downloads de películas.

Cambiamos esfuerzo por comodidad y confort. Cambiamos educación por adiestramiento, virtud por valor.

De hecho, y allá en el fondo de nosotros mismos, queremos ser mejores, queremos ser perfectos, pero lo queremos en un abrir y cerrar de ojos, como resultado de una técnica aplicada y no como resultado de un esfuerzo diario, vivido a lo largo de mucho tiempo.

Suprimimos las incomodidades, los dolores y los esfuerzos, como decía el Salvaje, a cambio de una vida agradable y confortable, donde podamos tener nuestros pequeños vicios, o no tan pequeños, sin correr riesgos.

La felicidad como incerteza y el llanto del mundo

El ideal moderno nos arrancó una característica intrínseca de la felicidad y nos dio a cambio una falsa ilusión. Por un lado, pasamos a creer que la vida es segura y que podemos tener todo bajo control. Y no es verdad.

La verdad es que la vida es bastante insegura, que no tenemos nada o casi nada bajo control.

Y por otro lado, el dolor ya no hace parte ni siquiera de nuestro imaginario social o personal. No somos más capaces de entender que el dolor hace parte de la vida, más aún, que el dolor es un componente intrínseco de la felicidad.

Cuando aprendemos a vivir con la incerteza, la vida gana en intensidad. Cuando no sabemos si quien amamos continuará o no con nosotros, cuando no sabemos si podremos mantener lo que ganamos, cuando no sabemos si seremos o no correspondidos, entonces, cada acto, cada gesto, cada palabra, cada momento gana una enorme intensidad y trascendencia.

La vida gana en densidad. Habrá dolor, sin duda, porque tememos perder a quien amamos, pero, como decía C. S. Lewis, es precisamente por eso que ese dolor forma parte de mi felicidad.

Felicidad de ser y actuar en la incertidumbre y en el caos

La felicidad es una forma de ser y de actuar en medio al caos y a la incertidumbre e inseguridad de la vida. Una forma de ser y de actuar, dice Julián Marías, que podrá ser precaria y temporaria, pero que no dejará de ser y producir felicidad.

Una felicidad que afecta la intimidad de la persona como un todo. Y, continúa Marías, precisamente porque afecta a la vida como un todo y vivir es antes de cualquier otra cosa, hacer algo, la felicidad no consiste propiamente en un “estado”, sino en una forma de hacer las cosas.

Esa es la estructura existencial del ser humano. La amistad, el amor, los afectos no son cosas que se puedan comprar en un supermercado o que aparezcan de repente no se sabe bien de dónde y en un instante. Hace falta tiempo, todo el tiempo que sea necesario para que la relación afectiva se establezca. Y eso es enormemente inseguro e incierto.

El elemento natural y existencial del ser humano es la incertidumbre. Y, como dice maravillosamente Julián Marías, ahí radica la grandeza del amor y de la felicidad:

“El elemento de inseguridad excluye la tentación de la pose. Nada verdaderamente humano puede ser poseído (…) Creo que es precisamente en esa limitación que reside el supremo atractivo de la felicidad (…).

Porque revela el carácter más propio del hombre, aquel que es irreductible y no encuentra equivalente en la vida animal ni en las formas “cosificadas” de la vida humana. Pienso en la condición intrínsecamente indigente o menesterosa del hombre (…).

Necesitar a otros en la felicidad y lágrimas de un mundo feliz

El hombre no necesita tan sólo de lo que no tiene, sino que continúa necesitando de lo que tiene, y muy específicamente de las personas. La indigencia humana no termina nunca, su menesterosidad no acaba con la presencia, ni con el logro, ni con el gozo, ni con la pose, ni con todas las formas de realización que se puedan imaginar.

En la medida que las necesidades son auténticamente personales, son inextinguibles, perdurables, están penetradas de duración ilimitada”.

En el “Mundo Feliz”, al contrario, ser feliz es sinónimo de poseer sin sacrificio. Tener todo lo que se quiera y a quien se quiera sin derramar ni una sola lágrima. Es el choque que se establece entre John, el salvaje, que sabe que cuando se quiere algo y más aún a alguien hace falta sacrificarse. Sabe que cuando se ama a una persona, se está dispuesto a realizar cualquier sacrificio por la persona amada.

Felicidad y lágrimas en un mundo feliz como desafío

Cuando Lenina se encontró con John, no consiguió entender ni una sola palabra de aquello que el Salvaje, que la amaba apasionadamente, le estaba queriendo decir con todas las veras del alma.

—Tengo la impresión de que no te alegras mucho de verme, John —dijo Lenina al fin.

 —¿Que no me alegro? El Salvaje la miró con expresión de reproche; después, súbitamente, cayó de rodillas ante ella y, cogiendo la mano de Lenina, la besó reverentemente. —¿Que no me alegro? ¡Oh, si tú supieras! —susurró; y arriesgándose a levantar los ojos hasta su rostro, prosiguió—: Admirada Lenina, ciertamente la cumbre de lo admirable, digna de lo mejor que hay en el mundo.

 Lenina le sonrió con almibarada ternura.

 —¡Oh, tú, tan perfecta —Lenina se inclinaba hacia él con los labios entreabiertos—, tan perfecta y sin par fuiste creada —Lenina se acercaba más y más a él— con lo mejor de cada una de las criaturas! —Más cerca todavía. Pero el Salvaje se levantó bruscamente—. Por eso —dijo, hablando sin mirarla—, quisiera hacer algo primero… Quiero decir, demostrarte que soy digno de ti. Ya sé que no puedo serlo, en realidad. Pero, al menos, demostrarte que no soy completamente indigno. Quisiera hacer alguna cosa.

—Pero, ¿por qué consideras necesario…? —empezó Lenina. Mas no acabó la frase. En su voz había sonado cierto matiz de irritación. Cuando una mujer se ha inclinado hacia delante, acercándose más y más, con los labios entreabiertos, para encontrarse de pronto, porque un zoquete se pone de pie, inclinada sobre la nada… bueno, tiene todos los motivos para sentirse molesta, aun con medio gramo de soma en la sangre.

 —En Malpaís —murmuraba incoherentemente el Salvaje—, había que llevar a la novia la piel de un león de las montañas… Quiero decir cuando uno desea casarse. O de un lobo.

 —En Inglaterra no hay leones —dijo Lenina en tono casi ofensivo.

 —Y aunque los hubiera —agregó el Salvaje con súbito resentimiento y despecho—, supongo que los matarían desde los helicópteros o con gas venenoso. Y esto no es lo que yo quiero, Lenina. —Se cuadró, se aventuró a mirarla y descubrió en el rostro de ella una expresión de incomprensión irritada. Turbado, siguió, cada vez con menos coherencia—. Haré algo. Lo que tú quieras. Hay deportes que son penosos, ya lo sabes. Pero el placer que proporcionan compensa sobradamente. Esto es lo que me pasa. Barrería los suelos por ti, si lo desearas.

 —¡Pero, si aquí tenemos aspiradoras! —dijo Lenina, asombrada—. No es necesario.

 —Ya, ya sé que no es necesario. Pero se puede ejecutar ciertas bajezas con nobleza. Me gustaría soportar algo con nobleza. ¿Me entiendes?

—Pero si hay aspiradoras…

—No, no es esto.

 —… y semienanos Epsilones que las manejan —prosiguió Lenina—, ¿por qué…?

 —¿Por qué? Pues… ¡por ti! ¡Por ti! Sólo para demostrarte que yo…

 —¿Y qué tienen que ver las aspiradoras con los leones…?

—Para demostrarte cuánto…

 —… o con el hecho de que los leones se alegren de verme? Lenina se exasperaba progresivamente.

—… para demostrarte cuánto te quiero, Lenina —estalló John, casi desesperadamente. Como símbolo de la marea ascendente de exaltación interior, la sangre subió a las mejillas de Lenina.

—¿Lo dices de veras, John?

 —Pero no quería decirlo —exclamó el Salvaje, uniendo con fuerza las manos en una especie de agonía—. No quería decirlo hasta que… Escucha, Lenina; en Malpaís la gente se casa.

 —¿Se qué? De nuevo la irritación se había deslizado en el tono de su voz. ¿Con qué le salía ahora?

 —Se unen para siempre. Prometen vivir juntos para siempre.

—¡Qué horrible idea! Lenina se sentía sinceramente disgustada. — Por el amor de Ford, John, no digas cosas raras! No entiendo una palabra de lo que dices. Primero me hablas de aspiradoras; ahora de nudos. Me volverás loca.

Lenina, de hecho, no consiguió entenderlo. En su “Mundo Feliz” era muy difícil entender que el dolor, el sufrimiento y el sacrificio hacen parte de la felicidad. De hecho, la constituyen. Felicidad y lágrimas se conjugan en un mundo feliz.

Rafael Ruiz

[*] Aldous Huxley, Un Mundo Feliz (Brave New World). Traducción: Ramón Hernández García, Debolsillo, 2003. Para profundizar en este género literario y su influencia en los jóvenes, ver: El éxito de las nuevas distopías juveniles. Menciona a Huxley y subraya que su profecía, como la de Bradbury han demostrado validez: es mayor nuestra libertad aparente pero somos cada vez más pasivos y egoístas.

Rafael Ruiz
Rafael Ruiz
Rafael Ruiz es profesor de Historia de América de la Universidad Federal de São Paulo (Brasil) y Coordinador del Laboratorio de Humanidades de la misma Universidad. Sus áreas de actuación e investigación son la Historia de la Justicia en el mundo ibérico (siglos XVII y XVIII) y Ética y Literatura en la Salud y en la vida empresarial. Ha publicado libros sobre Historia y Literatura y es autor de la novela "Concerto para Milena".

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