Prevención para salud mental desde la infancia: afecto

Iniciamos una serie de textos para ayudar a la prevención en salud mental desde la infancia, en la familia, donde recibir y dar afecto es algo clave.

Índice de contenido: prevenir con afecto desde la infancia

La salud mental en niños y adolescentes ha empeorado notablemente. Numerosos problemas psíquicos infantiles son como una epidemia en los países desarrollados. Las autolesiones han aumentado; cada vez a edades más tempranas (estamos viendo a niños de 12 años con este tipo de conductas). Por muchos otros motivos, una gran cantidad de familias solicitan cita para sus hijos en un centro de salud mental, público o privado.

Como psicopedagoga, con gabinete propio desde hace más de 22 años, mi tarea consiste en llegar a tiempo, en prevenir conductas o reacciones, que, de no ser tratadas durante la primera infancia, seguramente terminaran en trastornos de la personalidad o del estado de ánimo u otras patologías. Por ello, escribiré algunos textos, para ayudar a las familias y docentes que están en contacto directo con menores, a “llegar a tiempo”.

Prevención y apego seguro para la salud mental en la infancia

En primer lugar, es obvio que el afecto recibido desde el seno materno es la mejor prevención; pero no estamos hablando de una ciencia exacta en la que 2 más 2 siempre serán 4.

La presencia de una figura familiar sólida –especialmente la madre y el padre– que sepa transmitir afectos, comportamientos y creencias en modo coherente y cariñoso, producirá en los hijos lo que se llama un apego seguro. Se trata del modo de actuar, de relacionarse con el mundo, con los demás y con uno mismo que favorece la salud mental. (Ver: Carmen Ávila de Encio. Relación de apego: posibilidades).

Tenemos, sin embargo, muchas y buenas experiencias, en las que, aunque a pesar de no haber recibido ese afecto por falta de conocimientos claros o carencia de modelos parenterales positivos, o por circunstancias difíciles en las que no se ha podido atender con todo el cariño… Con el acompañamiento adecuado, se pueden encauzar esa falta de apego o las consecuencias de un apego desorganizado, donde encontramos traumas e incluso en casos en los que haya podido haber cierto maltrato por parte de los padres.

Son muchos los niños y jóvenes resilientes, que resurgen desde las heridas, que han sabido sacar su mejor versión después de haber sufrido. Interesante la lectura de Los patitos feos: la resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida, de Boris Cyrulnik. ¡Es un canto a la esperanza!

El afecto en la familia desde los primeros años. ¿Qué significa querer?

La familia es el hábitat fundamental de prevención de todo tipo de enfermedades, pero en este caso, mucho más responsable en cuanto al equilibrio psicológico de los menores.

Es claro que el cariño o afecto, manifestado en el contacto ocular, el tono de voz afectuoso, así como otras manifestaciones de afecto son el mejor modo de iniciar el camino de la vida.

Para que nuestros hogares sean protectores y no sobre protectores (que genera serias problemáticas en los niños, al que dedicaré otro artículo), necesitamos que todos los miembros de la familia sepan, lo que leí el otro día al entrar a una casa familiar en un cartel alumbrado por detrás: ”en esta casa nos queremos mucho”.

Me pareció magistral. En esta casa nos queremos mucho: a pesar de las notas que saquen nuestros hijos, nos queremos mucho a pesar de que alguno o varios tengan un carácter fuerte y sus manifestaciones ante la contradicción sean inadecuadas, nos queremos mucho aunque estemos cansados y no tengamos ganas de hablar o de sonreír, nos queremos mucho porque aceptamos las frases hirientes de los adolescentes o los juguetes desordenados de los pequeños. Y podría continuar con un largo etcétera.

La tarea de querer y ser queridos en la familia

Porque querer no es sinónimo de “cuando lo sienta”, o “cuando me apetezca”, “cuando me sienta correspondida…. entonces querré”.

Querer es una actitud del corazón en equilibrio con la razón y apoyada por la voluntad (la decisión de hacerlo), que me dirige al bien, sabiendo que hasta llegar a ese bien habrá muchas dificultades en el camino. Pero las quiero porque quiero querer.

Para querer en el entorno familiar no hay que dar por supuesto que ya lo estamos haciendo.

Para querer cada día, he de conquistar esa actitud, esas manifestaciones, esos pensamientos, esos monólogos interiores que inclinan la balanza de mis acciones o reacciones, hacia un querer irreal o un “engaño”. Es un reto al que me enfrento, porque sé y estoy convencido, que mi familia es el negocio más importante de todo lo que llevo entre manos.

Querer al otro/a con sus imperfecciones, intentando ver lo positivo; buscando una fluida y sincera comunicación, para que el granito de arena no acabe siendo un desierto. Dando más que exigiendo. Agradeciendo cualquier servicio o manifestación de cariño por obvia que nos parezca. Dejando “en el congelador“, hasta que se enfríen, temas a discutir o comentar con el cónyuge, o con ese hijo que todo lo cuestiona.

Valoración positiva de los demás

Se trata de valorar a diario positivamente a los míos, aunque no estén haciendo nada especialmente importante, simplemente porque les quiero y quiero que sepan que los quiero porque son, no por lo que hacen.

Todo esto genera un clima benevolente ante el error y la equivocación muy importantes para la vida adulta. San Josemaría Escrivá decía que nunca pasa nada y si pasa qué importa y si importa ¿qué pasa? Consejo maravilloso.

En mi familia no estoy en un trabajo donde tengo que rendir y demostrar lo mucho que valgo. En mi familia estoy para querer y para sentirme querido, para limar las asperezas de mi carácter, para aprender de los pequeños la sencillez, para sacar mi mejor versión.

El cariño en la familia teje una red de seguridad, basada en el afecto real, que es el mejor predictor del bienestar emocional, tanto para los mayores como para los pequeños.

Inmaculada Lluch Baixauli

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