La Palabra de Dios sobre el celibato

¿Qué dice la Revelación sobre el celibato? La Palabra de Dios y el Magisterio tienen un amplio abanico de textos sobre la vocación al celibato. Por una razón de brevedad nos detendremos en este artículo en cuatro pasajes del Nuevo Testamento que podrían considerarse centrales para la identidad de este camino.

Es necesario leerlos y releerlos con la frescura de quien busca en las palabras del Señor una fuente de luz y de riqueza para la propia vida. Intentaremos hacerlo así en los párrafos que siguen.

Índice de contenido Palabra de Dios y celibato

Celibato por el Reino de los Cielos (Mt 19, 12)

Es un pasaje paradigmático sobre el celibato[1]. Jesús, dirigiéndose a los fariseos, reafirma el carácter indisoluble del matrimonio. Aludiendo a esa propiedad de la unión entre varón y mujer, les recuerda que la indisolubilidad es una nota que está radicada en el principio, es decir, en el designio de Dios en la creación[2].

Quienes le escuchaban se sorprendieron por la fuerza con que Jesús acentuó la indisolubilidad del matrimonio. Esa exigencia había sido mitigada con la venia de Moisés a causa de la dureza de los corazones del pueblo judío. Por eso alguno saca como consecuencia que, si es así, entonces es mejor no casarse[3].

En ese momento Jesús explica que ese «no casarse» puede tener varios motivos.

«Algunos no se casan[4], porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»[5]. Antes de esta declaración, ciertamente revolucionaria, aclara el Señor que «no todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido»[6].

Jesús explica que se trata de un camino vocacional posible a quienes se les ha dado el don de comprenderlo. No se trata de poder entenderlo de modo teórico, meramente intelectual: la comprensión a la que Jesús se refiere es parte de ese don, un regalo que Dios concede y hace capaz de vivirlo y elegirlo como camino de donación de la propia existencia.

Palabra de Dios y amor para el celibato

Es una comprensión similar a la de quien encuentra en su camino una persona y se enamora, sin saber muy bien por qué, pero comprendiendo que es la persona con quien aspira a compartir su vida. Es una comprensión que nace del amor casi descubierto, vislumbrado de modo algo incierto, en medio del misterio de una elección gratuita de Dios.

El Reino de Dios es un reino del Amor, que se asienta principalmente en el interior de la persona. No es un plan universal para hacer el bien en el mundo, aunque esa también será una consecuencia. El celibato es para el cielo, pues es en el cielo donde Dios muestra la plenitud de su amor. Mediante el don del celibato, Dios concede al hombre un anticipo de la plenitud de su amor, permitiendo que su reino se aloje, ya en la tierra, en su corazón. Este reinado de Jesús transforma, en primer lugar, a la persona, para luego difundirse por el mundo.

«El don del celibato apostólico manifiesta una predilección divina, una llamada a una especial identificación con Jesucristo, que comporta también, incluso humanamente, pero sobre todo sobrenaturalmente, más capacidad para querer a todo el mundo. De ahí que el celibato, que prescinde de la paternidad y de la maternidad físicas, haga posible una maternidad o paternidad espirituales mucho más grandes. Pero, en cualquier caso, estará de hecho más identificado con Cristo quien ame más al Señor, ya sea célibe o casado, pues también el matrimonio es un «camino divino en la tierra»[7].

«En el principio»: el proyecto de Dios

Jesús remite al principio, es decir, al proyecto originario de Dios en la creación. Allí encontramos que, según el Génesis, Dios afirma que no es bueno que el hombre esté solo. Se refiere a toda persona y a la soledad original, que forma parte de su misma estructura: una carencia, falta de plenitud, una cierta vivencia de desamparo. Viendo esa soledad, Dios crea a la mujer en la que el hombre encuentra alguien como él, que es una ayuda adecuada para esa soledad original.

La soledad original no es una situación negativa, sino una invitación a buscar la plenitud humana por el camino vocacional que cada uno ha de recorrer, teniendo en cuenta que sólo la llenará el amor pleno de Dios en la vida eterna.

El cónyuge, tanto sea varón como mujer, es para el otro una ayuda adecuada para su soledad. Sin embargo, no es la solución definitiva a esa falta de plenitud. Esa ayuda mutua es un camino hacia una plenitud, que sólo Dios puede saciar. La que encierra el hombre en su corazón es una plenitud de infinito, y sólo el Infinito puede llenarla. El amor humano, por muy alta vocación que tiene en el plan de Dios, no puede llenar el infinito que sólo colma Dios.

La exclusividad con Dios llena el corazón humano (Mt 22, 23-33)

En este pasaje del Evangelio Jesús dialoga con los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos. Le exponen una situación hipotética relacionada con una ley judía por la que la viuda sin descendencia debía casarse con el hermano de su marido muerto, para asegurar la descendencia. En el planteo que le dirigen a Jesús, una viuda lo fue siete veces y ninguno de sus maridos le proporcionó descendencia. La pregunta que le dirigen pretende poner en ridículo la fe en la resurrección pues, de modo capcioso, le apremian para que conteste a cuál de todos los maridos reconocerá como esposo.

Jesús les explica pacientemente que, con ese razonamiento, muestran que «están equivocados porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios». Y les revela una verdad muy luminosa: «en la resurrección ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que todos serán como ángeles en el cielo»[8].

Jesús, en esta frase tan breve, revela aquello que colma el corazón de toda persona en la eternidad. ¿Qué llena ese corazón inquieto que todos tenemos? ¿Qué es lo que satisface plenamente? No es un amor humano, aunque sea el camino hacia el Amor divino. Jesús les explica que la relación exclusiva entre esposo y esposa ya no tendrá vigencia. La unión íntima que Dios dispuso para el matrimonio, que incluye la intimidad sexual, es una realidad para este mundo, no es el destino definitivo del que gozaremos en el Cielo.

Gozar del cielo, celibato cristiano, Fernando Cassol

La plenitud del amor de Dios del que gozaremos en el Cielo tiene una característica intransferible: su exclusividad, que abarca también todos nuestros afectos y sentimientos.

Invitados a reconocer y gustar una exclusividad

Jesús nos invita a comprender que, en cierto modo, el celibato es un anticipo de nuestra condición definitiva, un estado que nos permitirá abordar de modo exclusivo el amor de Dios. El celibato supone reconocer y gustar de algún modo, ya aquí en la tierra, esa exclusividad divina que será plena en el Corazón de Dios.

Todo lo de esta tierra es preparación y camino hacia ese estado, que es sobre todo vida. Esta verdad nos permite no absolutizar ninguno de los caminos vocacionales. Evitaremos así suplantar a Dios por otros sucedáneos del corazón que, tanto en el celibato como en el matrimonio, no podrán satisfacerlo eternamente. Es el Corazón de Dios lo que buscamos con exclusividad.

Recibirán cien veces más (Mc 10, 29-30)

Esa es la respuesta de Jesús a los Apóstoles cuando le preguntan qué será de ellos, ya que lo han dejado todo y lo siguieron. El Señor responde que quien lo haya seguido en el celibato, «recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna»[9]. Las palabras de Jesús nos revelan que, dentro del ámbito de la entrega del celibato, se encuentra el desprendimiento de las relaciones afectivas, que han de vivirse de un modo particular.

Él lo sabe y por eso sus palabras se detienen en esos elementos, que no son una enumeración aleatoria. Jesús se refiere a la entrega de una casa -el lugar donde somos queridos por ser lo que somos, nos sentimos en familia-, hermanos y hermanas -quienes nos quieren y a quienes queremos por compartir lo esencial de la vida-, madres, hijos -ser queridos, querer…- y campos -el lugar en el mundo donde ser fecundos-.

El celibato, una palabra de esperanza

Es verdaderamente sorprendente y consoladora la respuesta del Señor. Les dice que Él los colmará sobradamente -el ciento por uno- respondiendo a esas expectativas afectivas que toda persona tiene y que han sabido entregar por el Reino de los Cielos. Buena parte del regalo del celibato consiste en esa acción de Dios para colmar a su modo y a través de un don esas necesidades afectivas de la persona. Lo hará, y será de un modo que contempla plenamente el aspecto humano. Dios no es un ser que nos haya creado humanos, pero diseñando una felicidad angelical. Dios también se ha hecho hombre y conoce mejor que nadie las necesidades de cada persona.

Recibirán cien veces más, Serie sobre el don del celibato en la vocación cristiana, Fernando Cassol

San Josemaría expresaba esa verdad, que se apoya en la fe, cuando decía que «quienes siguen el camino vocacional del celibato apostólico, no son solterones que no comprenden o no aprecian el amor; al contrario, sus vidas se explican por la realidad de ese Amor divino –me gusta escribirlo con mayúscula– que es la esencia misma de toda vocación cristiana. No hay contradicción alguna entre tener este aprecio a la vocación matrimonial y entender la mayor excelencia de la vocación al celibato propter regnum coelorum, por el Reino de los Cielos. Estoy convencido de que cualquier cristiano entiende perfectamente cómo estas dos cosas son compatibles, si procura conocer, aceptar y amar la enseñanza de la Iglesia; y si procura también conocer, aceptar y amar su propia vocación personal. Es decir, si tiene fe y vive de fe»[10].

Una relación única y personal (1 Cor 7, 8)

Al inicio del capítulo 7 de la Primera carta a los Corintios, San Pablo responde a algunas preguntas de esa comunidad[11]. Se daban allí simultáneamente casos de laxismo y rigorismo en lo referente a la intimidad sexual y al matrimonio[12].

En ese contexto aconseja a las viudas y a los no casados mantenerse en el estado en el que él vive, es decir, célibe (cf. 1 Co 7,8). Esto ha hecho preguntarse a muchas personas cuál es el estado mejor: ¿el matrimonio o el celibato?

Explica el Papa Francisco que San Pablo recomendaba en ese pasaje el celibato «porque esperaba un pronto regreso de Jesucristo, y quería que todos se concentraran sólo en la evangelización: “El momento es apremiante” (1 Co 7,29). Sin embargo, dejaba claro que era una opinión personal o un deseo suyo (cf. 1 Co 7, 6-8) y no un pedido de Cristo. Al mismo tiempo, reconocía el valor de los diferentes llamados: “cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro» (1 Co 7,7).

San Juan Pablo II y el celibato

En esta línea, san Juan Pablo II explica que «más que hablar de la superioridad de la virginidad en todo sentido, parece adecuado mostrar que los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista»[13]. Lo importante es discernir, acoger y ser fiel a la propia vocación: eso es lo mejor para cada uno, porque la relación con nuestro Padre Dios supone una relación de amor única y personal.

Es importante lo de vivir la vocación como un camino propio: aunque sea propuesto por Dios, el celibato tiene otro brillo cuando se vive no como la aceptación de un sacrificio por un pedido ajeno, sino como un proyecto propio, abrazado e internalizado por amor, confiando en que el Señor lo ha pensado como un sendero que conduce -anticipándolo- a la plenitud del amor. «El celibato debe ser un testimonio de fe: la fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que solo puede tener sentido a partir de Dios. Fundar la vida en Él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa acoger y experimentar a Dios como realidad, para así poderlo llevar a los hombres»[14].

Fernando Cassol

Notas sobre Palabra de Dios y celibato

[1] Remitimos a la catequesis de Juan Pablo II sobre el celibato en las Audiencias generales desde 10-III al 21-VII-1982.

[2] «Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne”? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así». (Mt, 19, 3-8)

[3] «Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio». Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». (Mt, 9-10)

No casados y celibato

[4] Aquí usamos la expresión más coloquial de «no casados» aunque la Neo Vulgata usa otra palabra: «eunuco». Es el nombre dado al varón que ha sufrido la castración y que, por tanto, supone la imposibilidad física de procrear. Es un término fuerte, que impacta por su referencia a una carencia corporal fruto de una mutilación. Sin embargo, en este pasaje Jesús la usa en un sentido análogo aplicándola a diversas situaciones. Habla de los que han sido hechos eunucos sin elegirlo y de los que eligen privarse de esa capacidad por un motivo más alto: por el Reino de los Cielos.

[5] Mt 19, 12.

[6] Mt 19, 11.

[7] Mons. Fernando Ocáriz, Carta patoral (28-X-2020), n. 22.

[8] Mt 22, 29-30.

[9] Mt 10, 30.

[10] Conversaciones, n. 92.

San Pablo a los Corintios y celibato: ver Biblia de Navarra

[11] «Ahora responderé a lo que ustedes me han preguntado por escrito: Es bueno para el hombre abstenerse de la mujer. Sin embargo, por el peligro de incontinencia, que cada hombre tenga su propia esposa, y cada mujer, su propio marido. Que el marido cumpla los deberes conyugales con su esposa; de la misma manera, la esposa con su marido. La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido; tampoco el marido es dueño de su cuerpo, sino la mujer. No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo y por algún tiempo, a fin de poder dedicarse con más intensidad a la oración; después vuelvan a vivir como antes, para que Satanás no se aproveche de la incontinencia de ustedes y los tiente. Esto que les digo es una concesión y no una orden. Mi deseo es que todo el mundo sea como yo, pero cada uno recibe del Señor su don particular: unos este, otros aquel». 1 Cor 7, 1-7

[12] Remitimos también al análisis de S. Juan Pablo II en Audiencia general, 30-VI-1982.

[13] Papa Francisco, Exhort. Apost. Amoris laetitiae, n. 152.

[14] Benedicto XVI, Discurso, 22-XII-2006.

Artículos de la serie sobre el celibato

Fernando Cassol
Fernando Cassol
Fernando Cassol es sacerdote de la Prelatura del Opus Dei. Ejerce su ministerio en Buenos Aires (Argentina). Graduado en Ciencias Económicas se especializó en Filosofía, en la Universidad de la Santa Cruz (Roma). Su tarea principal se centró en la formación y acompañamiento espiritual de jóvenes, trabajando en particular con los que comenzaban su camino vocacional en el celibato.
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Asombrosa psicología del celibato cristiano. Dios sigue llamando a mucha gente a un estilo de vida que permite una plena realización en el amorJuan Bautista Torelló, centro de estudios en psicología y vida espiritual JB Torelló, Viktor Frankl y Torelló