Corazón de Jesús, sentido y vida del celibato

El modelo más nítido de un corazón pleno y profundamente humano, también para el celibato, es el Corazón de Jesús. Ese Corazón es el centro de Dios Encarnado donde lo humano y lo divino se unen sin diluirse. Él es perfecto hombre[1] y, por tanto, enteramente humano y pleno.

Índice de contenido: corazón de Jesús y celibato

En Jesús, el celibato por el Reino de los Cielos encuentra el fundamento más sólido y el modelo más inspirador. Él es el más claro testimonio de que la plenitud del corazón no depende de un determinado estado de vida, sino de la unión a Dios por amor en cuerpo y alma. Jesús es el para Quién, el con Quién y el hacia Quién de todo camino vocacional y, por eso el amor exclusivo hacia Él constituye el sentido central en el celibato.

Jesús es la razón del celibato cristiano Jesús es el para Quién, el con Quién y el hacia Quién del celibato

La plenitud afectiva de Jesús

Revoluciones ha habido muchas en las historias de la humanidad, y las seguirá habiendo. Pero podemos pensar que la única verdadera revolución de la historia humana es la Encarnación. Dios se hace hombre para que el hombre pueda entrar en Dios. Su ingreso al mundo y a la historia ha cambiado radicalmente la realidad humana. Y no lo hizo de cualquier manera, ni como un Todopoderoso lejano, ni como el Ser Omnipotente y autoritario… Dios se hizo hombre: esa es la verdadera transformación de la historia. A partir de la Encarnación «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»[2].

Si lográsemos que la fe en la Encarnación ilumine realmente nuestra realidad personal, cambiaríamos muchas cosas de nuestra vida, tendríamos otras expectativas y, sobre todo, un paradigma de nuestro ideal como persona mucho más libre y ambicioso a la vez. Gracias a esa gran revolución todo lo humano puede participar de la vida divina, sin excluirse y en plena comunicación. Lo humano puede ser divino, sin dejar de ser lo que es.

El cristiano celebra el corazón de Jesús

Es elocuente que, en la liturgia de la Iglesia, no haya una fiesta dedicada a la Inteligencia de Jesús ni tampoco a su Omnipotente Voluntad: en cambio, sí celebremos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. «El amor de la Humanidad Santísima de Cristo es el más fiel reflejo del Amor divino, pero sigue siendo un amor humano que conlleva sentimientos como los nuestros».[3]

Jesús encarnó el modo más pleno de vivir la afectividad que es válido para todo hombre. También en Él se expresó, sin rarezas ni actitudes angelicales, el modo de vivir que da sentido a la corporalidad y hasta la misma sexualidad. La persona célibe puede descubrir en la afectividad y la sexualidad plenamente humanas de Jesús, el modo real y tangible de desplegar y realizar esas mismas capacidades en sí mismo.

Con una donación exclusiva, Jesucristo, siendo Él todo uno para su Padre, muestra que esa exclusividad está llamada a ser una verdadera relación de Amor, que también hace pleno a quien la vive vocacionalmente.

El Corazón de Jesús, inspirador del celibato cristiano

En Jesús, el celibato tiene su plena identidad, su sentido más cabal. Él es el motivo y el modelo de todo celibato cristiano. Jesús es célibe por una razón totalmente diversa y novedosa que todos los modos anteriores a vivir de esa manera: Él es célibe «por el Reino de los Cielos». Es una novedad que se desprende de la Encarnación, donde la humanidad se unió a la divinidad. A partir de esa realidad, el celibato inaugurado por Jesús lleva en sí «el dinamismo interior del misterio de la redención del cuerpo, y en este sentido posee también la característica de una semejanza particular con Cristo»[4], explica Juan Pablo II.

Ese fundamento apoyado en la persona de Cristo define radicalmente la vocación al celibato. Se trata de una llamada que es acogida, cultivada y mantenida por amor a la persona de Jesús. Esa es la principal respuesta a la pregunta por el sentido del celibato. Ser célibe no consiste primariamente en una renuncia; menos aún es una renuncia al amor o a sentirnos amados: sería contradictorio renunciar a la felicidad para la que Dios nos ha creado. Tampoco es fruto de la elección de mayor perfección o un mayor heroísmo. Dar a Dios el corazón íntegro y exclusivo sólo puede ser una respuesta al amor a Jesucristo.

La exclusividad del amor en el corazón de Jesús

La exclusividad del Corazón de Jesús, que ama a su Padre de modo único, está también reflejada en el amor único y exclusivo de quien vive en celibato. Por eso, para este camino vocacional la contemplación de la Santísima Humanidad de Jesús es un excelente atajo para educar y madurar en los afectos. Aprender de Jesús a querer, sufrir, ser templados y alegres, a ilusionarnos y amar a nuestro Padre Dios: es la mejor escuela, ya que Él no es sólo un modelo cercano, sino la misma fuente de gracia que impulsa al corazón desde dentro. Una contemplación que no es sólo admiración o consideración atenta, ni siquiera una búsqueda de conmoverse por el misterio: se trata de una contemplación que lleva a la unión, a la identificación, a vivir todo por Él, con Él y en Él.

Una fecundidad totalmente nueva

La felicidad se puede entender como fecundidad. Así lo muestra Dios, en Quien la plenitud de felicidad se traduce en un movimiento de fecundidad eterna: la procesión de las Personas Divinas es el misterio más profundo de nuestra fe que, a la vez, nos dice que el Amor es esencialmente fecundo.

En la Trinidad, la fecundidad no requiere una fuerza externa para cumplirse. Dios tiene en sí mismo la fuerza suficiente para generar eternamente su misma Vida y para dar vida. Dios no necesita ninguna cooperación para engendrar, como tampoco le fue necesario ninguna materia previa para crear. En la Trinidad descubrimos el origen virginal de la fecundidad: sólo el Amor íntimo de la Santísima Trinidad basta para generar. San Gregorio Nacianceno dice, con audacia, que «la primera virgen es la santa Trinidad»[5].

Jesús, María y José, cada uno en el lugar propio, se apartan de la idea negativa sobre la continencia, y de la condena social que caía sobre esa situación en Israel. Así «se convirtieron en los primeros testigos de una fecundidad diversa de la carnal, esto es, de la fecundidad del Espíritu Santo»[6]. De hecho, por este misterio, el matrimonio de María y José encierra al mismo tiempo, la perfecta comunión del hombre y la mujer en el pacto conyugal, y a la vez, esa «singular continencia por el Reino de los Cielos (…). En cierto sentido, era la absoluta plenitud de la fecundidad espiritual»[7].

Celibato de Jesús reflejo de la Trinidad El celibato de Jesús es reflejo de la intimidad de la Trinidad y, por eso, inmensamente fecundo.

El celibato de Jesús es reflejo de la íntima fecundidad espiritual de la vida de la Trinidad. Por eso la Vida que lo impulsa lo hace inmensamente fecundo, sin necesidad de ninguna cooperación externa -como sucede en la unión conyugal-. Esa fecundidad íntima de Dios enriquece abundantemente la vivencia subjetiva de la vida del célibe, a través de la fe y de la dedicación comprometida con su misión.

La armonía de la sexualidad en la persona de Jesús

Romano Guardini ofrece una profunda reflexión sobre la realidad de la sexualidad en Cristo. A partir del pasaje sobre el matrimonio y la virginidad de Mt 19, 1-12, plantea con total reverencia «el significado que tuvieron para Jesús mismo esas potencias vitales de las cuales Él nos habla: ¿qué fue para Él la mujer?»[8]. El autor hace un rápido repaso de las actitudes que diversas figuras religiosas han sostenido ante la sexualidad. Para algunos –sostiene- parece que lo sexual no existiese: se lo ha expulsado o mortificado totalmente. Mientras otros luchan contra ello hasta el final de sus días.

Pero si ponemos ahora la mirada en Jesús -sigue diciendo el autor- ninguno de estos extremos puede aplicarse a Él. En sus deseos y conducta personales, la relación de los sexos no supone ningún condicionante. Jesús se presenta ante esa realidad con una libertad paradigmática, que no es indiferencia ni menosprecio, sino una armonía que surge del Amor al Padre.

La fuerza del corazón de Jesús según Guardini

«Tampoco hallamos en Jesús nada de lucha, Jesús no teme lo sexual; no lo odia; no lo desprecia; no lo combate. Jamás se encuentra algún indicio de que Él haya debido vencerlo. De tal manera que se plantea la pregunta de si quizás era insensible; así como existen personas que no saben de luchas ni de superación precisamente porque son indiferentes. ¡Ciertamente no! La manera de ser de Jesús da testimonio de profunda calidez… Todo en Él vive, está despierto y lleno de fuerza creativa»[9].

«Al evocar la figura de Jesús, hallamos que toda ella está transida de riqueza y vitalidad; pero que todas sus fuerzas se arraigan en el corazón, se han convertido en fuerza del corazón, están orientadas hacia Dios y fluyen en continuo movimiento hacia Él»[10].

Lo que a nosotros los hombres nos sorprende de Jesús es esa natural armonía de sus potencias vitales –que era también corporal-, que acompaña las fuerzas de su Corazón. En Jesús vemos que la integración en la vitalidad que impregna el Amor es el destino de la sexualidad y, de algún modo –junto a la gracia y a nuestro esfuerzo- ya se vive esa dimensión liberadora en la vida célibe.

«Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús»

Esta invitación que nos hace el Espíritu Santo a través de San Pablo (cfr. Fil. 2, 5) no es sólo una llamada a la caridad, sino una excelente síntesis del ideal afectivo que lleva consigo la santidad y, de modo particular, el celibato. La identificación con los sentimientos de Jesús es un proceso que se va dando en la persona que busca la santidad. Ese proceso de unificación y armonía interior es resultado de la acción de Dios en los cristianos que buscan realizar por Amor su Voluntad, desde dentro, desde el corazón.

¿Cómo son los sentimientos de Cristo Jesús? Cada uno ha de descubrirlos como experiencia propia en la relación con el Señor. Sin embargo, los Evangelios nos permiten captar algunas características de su Corazón. Proponemos algunos de esos rasgos que nos parecen principales:

  • Plenamente humanos: «Nos narran los Evangelios –observa san Josemaría- que Jesús no tenía donde reclinar la cabeza, pero nos cuentan también que tenía amigos queridos y de confianza, deseosos de acogerlo en su casa. Y nos hablan de compasión por los enfermos, de su dolor por los que ignoran y yerran, de su enfado ante la hipocresía. Jesús llora por la muerte de Lázaro, se aíra con los mercaderes que profanan el templo, deja que se enternezca su corazón ante el dolor de la viuda de Naím»[11]. Esas muestras no son, por supuesto, una representación externa sino expresión del mismo ser de Jesucristo. Sus sentimientos humanos muestran sus sentimientos divinos, ya que su Humanidad es revelación de su Divinidad.
  • Maduros, armónicos con la realidad y orientados a la donación: Jesús muestra lo que son los sentimientos realmente maduros. Él llora por Jerusalén, al ver la condición espiritual del pueblo (Lc 19, 41); eleva su corazón agradecido al Padre (Mt 11, 25); se alegra mucho más por un pecador que se convierte que por muchos que no necesitan de su misericordia (Lc 15, 10). Se trata de una madurez afectiva que Jesús no finge ni actúa. Esa sintonía es un ideal para todo corazón humano. Apasionarse fuertemente con lo muy bueno; dolerse realmente por lo malo; apegarse a lo que nos eleva y no girar en torno a afectos pobres e insignificantes.

Nuestro corazón como el de Jesús

  • Misericordiosos: afectos entregados a querer: Jesús no es una Persona distante y fría, con cierto miedo a poner su Corazón en las personas o en la misión de la Redención. La exclusiva relación de Hijo con su Padre le da una libertad para un cariño universal y generoso con todos.
  • Comprometidos con su misión: Su misión redentora la abrasó con una fidelidad apasionada, poniendo en ello toda su ilusión humana. Su cariño y sus afectos hacia las personas fueron también redentores y, a la vez, sincero y profundamente humanos. Su misión salvadora no fue burocrática, externa y funcional. Todo Él, también sus sentimientos, estuvieron volcados a ese proyecto de salvar a todos los hombres y renovar todas las cosas (cfr. Apoc. 21, 5).
  • Probados en la Cruz: así como el Corazón de Jesús estuvo plenamente comprometido con lo bueno, también probó su amor pleno al Padre pasando por la prueba misteriosa del dolor. Jesús sabe que sus afectos no pueden sentir agrado ante la inminencia de la muerte. Pero también sabe que debe guiarlos a través del sufrimiento hacia el Cielo. Jesús recorre ese aprendizaje afectivo que da la libre obediencia a la voluntad llena de Amor de su Padre-Dios.

Para quien vive esa particular identificación con Jesús en el celibato, el diálogo vivo de la oración y la búsqueda de los sentimientos redentores de Cristo, revelados especialmente en el Evangelio, son caminos indispensables para ayudar a los afectos a contagiarse del Corazón de Jesús, sintonizando cada día más con Él.

«Corazón, corazón en la Cruz»

Jesús se identificó plenamente con la Voluntad del Padre a través de la Cruz. San Josemaría, meditando la 5° estación del Vía Crucis en la que Simón ayuda a llevar la Cruz de Jesús comenta: «A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostrara repugnancia… no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz!».

Esta frase, que para muchos puede sonar hoy escandalosa tiene, sin embargo, mucho que ver con la madurez y la armonía del corazón. Está además intrínsecamente relacionada con la identificación con Jesús, meta de la vida cristiana. Los cristianos nos identificamos plenamente con Jesús cuando aceptamos y abrazamos su Cruz. Y éste es también un itinerario que han de hacer el corazón y los afectos. No se trata de sufrir, sino de Amar, inclusive cuando hay que pasar el límite del dolor.

A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros… La Cruz del Señor en el celibato

Para la sensibilidad actual suena un consejo muy duro, tal vez excesivamente rigorista. ¡Pedirle al corazón que sufra! Es una de las herejías del mundo actual. Se puede sufrir con el cuerpo (operaciones o dietas para estar en forma…), se pueden sufrir limitaciones que nos imponemos para crecer profesional o socialmente…, pero parece que bajo ningún aspecto le podemos pedir al corazón y a los sentimientos que alguna vez sufran por algo más valioso.

Parece que la última palabra la tiene el bienestar. Quizás para muchos el objetivo de la vida se reduce a sentirse bien, por eso una etapa o una circunstancia que lleve a poner el corazón en la Cruz no es admisible. Tantas veces sobre el altar del bienestar de los sentimientos, se sacrifican tesoros muchos más valiosos: el amor de años, la fidelidad, un proyecto personal sólido y fecundo, etc.

En los afectos, como en las demás capacidades humanas, no se logra madurar si no se pasa por la escuela del dolor. No se trata de que nos guste sufrir. Simplemente admitir lo que es experiencia: para crecer, madurar, curarse… hay que estar dispuesto a sufrir. No se trata de sufrir por sufrir, sino sufrir para crecer, para amar.

Jesús en su Pasión pasó primero por esta escuela. En la oración en el Huerto de los Olivos, después de celebrar la Última Cena y ante la conciencia de lo inminente de su muerte, la voluntad humana de Cristo siente la dificultad de quererla y los sentimientos sufren una conmoción hasta sudar sangre[12]. Una emoción más angustiante no se puede pensar. Sin embargo, la unión de Jesús con su Padre Dios, en quien reconoce toda la Bondad, lo ayudan a superar ese rechazo de la sensibilidad y a sobreponerse. Jesús nos enseña que para llegar a la gloria, en ocasiones hay que saber reencauzar los sentimientos como hizo Jesús. Es el precio de la verdadera libertad.

¡Corazón, en la Cruz! Abrazar la Cruz se traduce tantas veces en recorrer el camino vocacional sin sentir nada especial, pero con esfuerzo e ilusión; rechazar con sinceridad y claridad lo que enfría el amor de Dios en nuestro corazón; cumplir los compromisos de nuestra vocación, por momentos sin sentirlo, aunque sabiendo que estamos transitando por el camino bueno que alguna vez vimos claro… Así, aunque muchas veces debamos sugerirnos ¡Corazón, en la Cruz!... lo haremos con la seguridad que ése es el camino para encontrar al Señor y, con Él, la gloria y la felicidad que buscamos.

Fernando Cassol

Notas del artículo: Corazón de Jesús y celibato

[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 467.

[2] Concilio Vaticano II, Const. dog. Gaudium et Spes, n. 22.

[3] Esparza, M., Sintonía con Cristo, Rialp, Madrid (2011), 49.

[4] Juan Pablo II, Audiencia general, 31-3 -1982, n. 3.

[5] San Gregorio Nacianceno, Carm. in laud. virg. 1,20: MG 37, 523

[6] Juan Pablo II, Audiencia general, 24-III-1982, n. 2.

[7] Juan Pablo II, Audiencia general, 24-III-1982, n. 3.

[8] Guardini, R., El Señor, Lumen, Buenos Aires (2000), 353.

[9] Guardini, R., El Señor, Lumen, Buenos Aires (2000), 353.

[10] Idem.

[11] Es Cristo que pasa, n. 108.

[12] Cfr. Lc 22, 44.

Artículos de la serie sobre el celibato

Fernando Cassol
Fernando Cassol
Fernando Cassol es sacerdote de la Prelatura del Opus Dei. Ejerce su ministerio en Buenos Aires (Argentina). Graduado en Ciencias Económicas se especializó en Filosofía, en la Universidad de la Santa Cruz (Roma). Su tarea principal se centró en la formación y acompañamiento espiritual de jóvenes, trabajando en particular con los que comenzaban su camino vocacional en el celibato.
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