Iván Ilich: qué vida vale la pena

La literatura, esta vez con Iván Ilich, nos enseña de nuevo que vivir vale la pena. La experiencia de la última epidemia que ha azotado todo el mundo y que aún continúa atosigándonos nos ha permitido pensar sobre muchas cosas. Muchas que pensábamos que eran importantes y necesarias, y no lo eran. Y otras que nos parecían que siempre podrían esperar y que, después de esta experiencia, nos resultan imprescindibles.

No sé si ya han leído La muerte de Iván Ilich, de Lev Tolstói? Es una experiencia próxima a la de del covid-19!

Iván es un hombre corriente. De esos con los que nos cruzamos en la calle, o que nos acompañan en silencio en el metro. Parecidísimo a uno de nosotros. Que siempre soñó con una vida mejor, con tener una buena familia, con una buena esposa y unos hijos, una dupla, niño y niña, simpáticos y tranquilos. Un buen empleo, una buena casa y, como él mismo dice en la obra de Tolstói, poder tener las condiciones para vivir una vida decente y segura.

¿No sería ese el sueño de muchos de nosotros o de nuestros conocidos? Un empleo razonable, nada del otro mundo, algo mínimamente seguro, que nos ofrezca seguridad y tranquilidad y un mínimo de preocupaciones y un cierto margen de bienestar, sin tener que hacer nada excesivamente complicado, y mucho menos en el límite de lo ético y lo corrupto.

Algo que nos diese (le diese a Iván) una cómoda posición social y permitiese pasar el resto de la vida de manera agradable, honesta y decente. Eso sí, de acuerdo con los sueños de Iván, permitiría disfrutar de una cierta felicidad más que posible.

Planear la vida ante lo inesperado

Y, de repente, cuando parecía que la mayor parte de esos sueños se estaban realizando, un súbito y pequeño dolor en uno de los riñones lo dejó sin fuerzas y prostrado. Algo repentino, sin aviso previo y que, a partir de entonces, le abrió la calle de la amargura: miedo y dolor; dolor y miedo. Angustia, congoja y desespero. ¿Cuándo irá a acabar esto? ¿Será que tiene remedio? ¿Saldremos o no saldremos de ésta?

Iván, al principio, no pensaba que sería muy grave. Pensaba que se trataba de un dolor pasajero, que desaparecería pronto. Pero, con el tiempo, empezó a darse cuenta de que todo iba de mal a peor. Y se desesperaba porque le parecía que los médicos no se ponían de acuerdo y, peor, parecían que estaban todos tan perdidos como él. Unos decían que sí, que era algo muy serio; otros que no tanto. Unos recetaban unos remedios, y otros, otros. Y cada cabeza una sentencia. Y lo peor es que el enfermo era él y quien sufría era él. Y cada vez estaba más seguro de que nadie sabía nada de nada y, a la vez, iba languideciendo poco a poco.

¿Vale la pena vivir cómo hasta ahora?

Y es entonces, cuando paramos y pensamos: ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que pasa conmigo? ¿Por qué será que no hay manera de entenderse? ¿Para qué todo esto, este afán, esta ansia? ¿Vale la pena vivir así como he vivido hasta ahora? ¿Qué es lo que de verdad es necesario y qué superfluo en mi vida?

Con una desesperanza cada vez mayor, Iván se va dando cuenta de que su vida se le escapa de las manos, que sus sueños, sus ambiciones, sus afanes, sus proyectos…. todo lo que hasta hacía poco lo empujaba adelante, ahora va siendo interrumpido. Y no tan sólo sus sueños. Esposa, hijos, amigos, colegas, casa, posición social… Todo entró en bancarrota y colapso. Como si de repente, de la nada, se abriera un enorme agujero, un hoyo enorme que se lo tragase todo. Todo lo que tenía de más humano y de mejor: el sentido de la vida, el deseo de luchar, las ganas de soñar.

Pararse con la literatura y ver qué vale la pena

Y, de nuevo, una vez más (eso es de lo mejor que hace la literatura por nosotros) paramos y pensamos: ¿Valió la pena? ¿Qué es lo que se ha pasado conmigo? ¿En estos últimos qué… diez, veinte años? Quizás más. ¿Quizás en estos últimos cincuenta, sesenta años?

No hace mucho, parecía como si, finalmente, estuviéramos a uno o dos pasos del Paraíso, como si tuviéramos el mundo todo en las manos, como si, ahora, de una vez por todas, pudiéramos arreglar el mundo como debería ser. Construir el mundo nuevo, el perfecto.

Era una cuestión de tiempo, de un tiempo corto y pequeño, casi un instante, teniendo en cuenta el montón de años y siglos que hemos tenido que vivir y soportar siempre con tanta imperfección y tantos errores y desengaños. Teníamos todo en nuestras manos para que todos pudiésemos ser y tener y hacer todo lo que quisiéramos, todo lo que siempre habíamos soñado y no habíamos podido…. Ahora, sí.

Y, de repente, el sueño se quedó interrumpido, como con Iván Ilich.

Los sueños que más valen no terminan en nada

Miro a mi alrededor y veo mucha gente cuyos sueños han sido interrumpidos. Gente que creía que existía el derecho a ser feliz, gente que se ha esforzado por llegar mucho más allá, siempre mucho más allá y, ahora… Ahora veo gente cuyos sueños han sido destrozados. Así, sin más ni menos. La epidemia, lo inesperado, lo imprevisto se lo ha llevado todo: sueños, cariños, lazos, vidas. Todo. Como si fuera un alud arrollador.

Y duele. Hiere. Queremos más que nada encontrar un culpable. Alguien a quien ponerle el sambenito. Porque esto, todo esto que nos pasa y nos ha pasado tiene que tener alguien que lo pague, que responda por lo que nos fue arrancado, por lo que hemos perdido, por lo que podría haber sido y, probablemente, no será más.

Y, entonces, una vez más, de nuevo, paramos y pensamos: ¿E Iván, qué? ¿Qué fue lo que hizo Iván Ilich? ¿Qué fue lo que Tolstói pensó para Iván?

Iván, si eso nos tranquiliza o nos da algún consuelo, también se rebeló. Y también se dedicó a buscar un culpado, uno por lo menos. Y también se fue quedando cada vez más triste y amargo y exhausto, porque nada de todo esto es justo, ni puede ser justo, ni puede siquiera hacer el más mínimo sentido y, sin embargo, como decía Víktor Frankl, el ser humano es alguien que está siempre en busca de sentido.

Y yo mismo, que escribo aquí este texto, también estoy buscando un sentido para todo esto. Y espero, de verdad, que quien me esté leyendo, también quiera encontrarlo.

El perdón como fuente de paz

Me parece que lo que Tolstói hizo entender a Iván fue que lo que, en esos momentos, importa verdaderamente no es nada abstracto, ni genérico, ni tan grande y universal que no tengamos la mínima condición de abarcarlo en un abrazo.

Lo que realmente tuvo sentido para Iván y le trajo la paz que estaba ansiosamente buscando fue el gesto cálido y cariñoso de su hijo menor y del viejo criado. Y fue sintiendo esa ola de calor humano que Iván se acordó de la necesidad de pedir perdón. Y cuando lo pidió, aunque de forma un poco torpe, porque ya ni siquiera se acordaba de cómo se hacía una cosa de ésas, ni cómo se pedía perdón, entonces, sí, consiguió dormir feliz y en paz. Y vio la luz que vino a llamarlo.

Y, entonces, paramos y pensamos: mi vida, esta vida que he llevado viviendo… ¿vale la pena?

Rafael Ruiz

Rafael Ruiz
Rafael Ruiz
Rafael Ruiz es profesor de Historia de América de la Universidad Federal de São Paulo (Brasil) y Coordinador del Laboratorio de Humanidades de la misma Universidad. Sus áreas de actuación e investigación son la Historia de la Justicia en el mundo ibérico (siglos XVII y XVIII) y Ética y Literatura en la Salud y en la vida empresarial. Ha publicado libros sobre Historia y Literatura y es autor de la novela "Concerto para Milena".

Dejar un comentario

Contact Us

We're not around right now. But you can send us an email and we'll get back to you, asap.

Corazón de Jesús y celibato, séptimo artículo de la serie el celibato cristiano hoy, Fernando Cassol