Cómo madurar y llegar a ser buenas personas

Presentamos la madurez cristiana, en perspectiva psicológico-espiritual, como una pirámide de tres bloques o tres binomios, que misteriosamente se construyen en forma simultánea.

La madurez sigue un itinerario en tres dimensiones, que desarrollamos después de la infografía:

¿Qué es la madurez?, ¿qué es ser buenas personas? Y ¿por qué hablamos de madurez cristiana? ¿no es acaso la misma en todos, con independencia de sus creencias?

Todos los seres humanos están llamados a alcanzar la madurez, la plenitud o armonía de la vida. Inmediatamente pensamos en que muchos no lo logran, pues su vida terrena se interrumpe precozmente o sufren heridas irreparables.

Nos acercamos a la respuesta si comprendemos que la madurez no es un estado, sino un proceso que dura toda la vida, corta o larga que sea. Ser “maduro” consiste, básicamente, en hacer propio un proyecto en cada etapa de la vida.

En el recorrido hacia la madurez, el cristiano tiene un modelo humano: Jesucristo; y una ayuda divina: Jesucristo. El núcleo del mensaje de Jesús de Nazaret fue y sigue siendo la necesidad de amar y ser amados. Por eso, la persona que acoge y descubre en otros al Dios hecho hombre, y les sirve y les quiere, avanza por un camino privilegiado para madurar.

Los colores blanco, verde y rojo corresponden a la fe, la esperanza y la caridad, como las representa san Juan de la Cruz (ver el texto más abajo).

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Fundamento de la madurez cristiana: la identidad y la fe

En la base de la pirámide, primera dimensión de la madurez, encontramos la identidad y la fe. Todo el proyecto se apoya en la identidad de un ser único e irrepetible. De ahí viene la dignidad de cada persona. El no nacido y el anciano poseen un yo, se poseen a sí mismos en forma sin duda diferente.

La identidad es siempre la misma, pero se enriquece con el tiempo.

La fe robustece esta base de identidad y nos lleva a reconocer que somos criaturas limitadas con un alma inmortal. Ilumina la inteligencia para creer en un Dios inteligente y amable que nos ha dado una misión: nos proporciona la identidad más certera al mostrarnos más claramente una meta que vale la pena y llena de alegría.

El cristiano “corre” con ventaja, porque no se limita a mirarse en un espejo como quien busca, por un ejercicio de introspección, su verdadera esencia: el cristiano “se mira” en Cristo, aspira a parecerse más y más a Él; y sabe que el suyo no es un esfuerzo solitario, porque se trata sobre todo de dejar que actúe el Espíritu Santo. En Jesús encuentra la roca firme en que apoyarse y las claves para descifrar los dilemas de su existencia, que incluyen el sufrimiento.

Bloque intermedio: la autonomía y esperanza

El cuerpo central de la pirámide es el de la autonomía y la esperanza. Poseerse a sí mismo supone decidir y avanzar eligiendo autónomamente entre distintas opciones.

El proyecto de construcción afronta momentos más o menos difíciles. Conviene esforzarse piedra a piedra. Pero solo la confianza de acabar una tarea nos predispone a buscar los medios y a ponernos manos a la obra. Solo quien vive con esperanza se lanza a la conquista de su plenitud, sin quedarse tristemente anclado en el pasado.

La esperanza permite tomar distancia de los sucesos, afrontarlos con menos drama y con buen humor, sobreponiéndonos a las contrariedades. Si algo sale mal, recomenzamos y aprovechamos los “desastres”.

La autonomía y la esperanza dan altura y esplendor a la pirámide de la madurez. Con ellas avanzamos o recomenzamos la construcción después de un traspiés.

Quien vive cara a Dios y espera en Él, si hace algo mal, admite la culpa y pide perdón. Troca la vergüenza en arrepentimiento –si es necesario, con la confesión, sacramento de la misericordia– y recomienza. Es capaz de tomar decisiones definitivas en su vida, como la entrega en el matrimonio o en el celibato, y pone los medios para protegerlas en los momentos de tormenta.

Sabe que hay alguien hacia el que se dirige, alguien que le quiere, a quien responder. El cristiano no se queda en un proyecto individual solitario, en una autonomía egoísta, absoluta e irreal, sino que se une a otros.

Cúspide de la pirámide de la madurez cristiana: autoestima y caridad

En la cúspide de la pirámide se encuentra la autoestima y la caridad. La caridad, el amor a Dios y el amor a los demás dan sentido y coronan el edificio de una existencia plena, y hacen posible el verdadero amor a uno mismo, la sana autoestima que sirve de pauta y medida del amor a los demás. Saberse y sentirse amados por Dios desde antes de nacer nos confirma en el propio valor y cura cualquier herida.

Cuando se termina el tiempo de la existencia, la persona madura aprecia no tanto lo que ha hecho, sino lo que es y ha sido. No se considera imprescindible y sabe que vendrán otros.

Con esta perspectiva, se advierte que el ambicioso proyecto de la madurez cristiana es apertura y búsqueda del otro, para hacerle partícipe de nuestra alegría. Eso es ser buenas personas, ser felices y alcanzar la santidad.

Si se mira alrededor, se descubre a otras personas, hijas e hijos del mismo Dios que nos quiere. Se puede mirar también hacia dentro, y ver los puntos de incoherencia, las fallas o grietas que es preciso reparar.

Y en un momento se intuye que la vida en la tierra no es más que el comienzo: estamos llamados a una Vida después de la vida, que empieza ya aquí, con el don de la fe, la esperanza y la caridad.

Un niño pequeño, que quizá nunca comenzó a construir su propia pirámide, se puede encontrar de pronto en lo más alto. El cielo llega para algunos de repente, iluminando todo.

Los colores de las virtudes están tomados de San Juan de la Cruz, la Noche oscura

(cap. 21) 

Describe el santo al alma humana, que sale al encuentro de Dios protegida contra los tres mayores peligros: el demonio, el mundo y la carne, con un disfraz de tres colores.

  •  Contra el demonio la protege “la fe, (que) es una túnica interior de una blancura tan levantada, que disgrega la vista de todo entendimiento”.
  •  Para superar los peligros del mundo se superpone “una almilla verde, por el cual (…) es significada la virtud de la esperanza”.
  •  Y contra la carne: “una excelente toga colorada, por la cual es denotada la tercera virtud, que es caridad, [que] hace levantar tanto al alma de punto, que la pone cerca de Dios tan hermosa y agradable (…), con ansias en amores inflamada”.

El cristiano está llamado a una vida sobrenatural, con la que participa de la Trinidad de Dios, de su Amor.

Bibliografía:

W. Vial, Madurez psicológica y espiritual

W. Vial (ed.), Ser quien eres. Cómo construir una personalidad feliz

 

Wenceslao Vial

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