1. ¿Cuando se ha visto la propia vocación, hay que seguir adelante para siempre?

En toda vocación reconocida por la Iglesia hay un periodo de prueba y quien tiene la última palabra es el propio o la propia interesada. Es la persona con su conciencia quién sabe hasta qué punto “ha visto” la vocación o no. Su respuesta de amor podrá permanecer en el tiempo como ejercicio constante de libertad, como fidelidad dinámica al proyecto divino.

2. Discernimiento espiritual y psicológico de una vocación

Si alguien, en su discernimiento personal e irremplazable, “ha visto” una vocación o “sentido” una llamada concreta de Dios, es normal que desee hacer de ella un proyecto “para siempre”. De hecho, Dios llama a todos los seres humanos a algo en particular. Pero una cosa es saber que Dios te llama, como a todo el mundo, y otra es discernir qué camino particular ha pensado con cariño para ti. En este ámbito se sitúa el acompañamiento espiritual, que requiere un clima de confianza mutua.

Quien dirige o acompaña espiritualmente orienta a la persona, para que se forme su propio juicio y decida con autonomía.

Aunque la intención sea decir que sí para siempre, la convicción de que ese es el camino requiere tiempo. Tiempo para una mayor seguridad psicológica y espiritual de la misma persona, y tiempo para que quienes tienen esa misión en la Iglesia puedan comprobar desde fuera la idoneidad para las tareas o vías concretas a las que se aspira y la autenticidad libre de la intención y disposiciones. Es lo que se llama discernimiento eclesial.

3. Cómo tomar decisiones definitivas

Es clave que quien se siente llamado a un camino específico cuente con el consejo de las personas que le quieren y conocen, pues el conocimiento propio se ilumina con lo que nos dicen los demás. La Iglesia, a través de quienes la representan, tiene también que “reconocer” los signos característicos de esa llamada en la persona.

Admitir que la mujer y el hombre pueden tomar decisiones definitivas es esencial para la psicología y la vida espiritual, como han recordado Benedicto XVI y el Papa Francisco. La persona que se considera llamada por Dios a emprender una senda específica dentro de la Iglesia, tiene que llegar a un cierto grado de certeza y pensar si podrá vivir con serenidad y alegría los compromisos que entrevé. Porque en este mundo las “certezas” son relativas, los periodos de prueba son necesarios, de un modo análogo a lo que ocurre ante un tipo de vocación cristiana que es el matrimonio.

Después de ese periodo, suficientemente largo para un buen conocimiento, y acomodable a las condiciones de cada persona y momento histórico, cabe un sí definitivo. Cuando, después de conocer y valorar todas las circunstancias, se opta por ese sí para siempre, conviene aún más considerar el gran bien de seguir adelante.

El enamoramiento o primeras impresiones deja paso a un amor sereno que se renueva a diario. Tratándose de cuestiones en las que interviene seres humanos imperfectos, incluso después de este periodo puede haber errores y excepciones.

4. La vocación es un encuentro de libertad y de gracia

La vocación es servicio. Se trata de alguien que dice libremente sí, por amor, a una llamada, que escucha en el murmullo silencioso y en el claroscuro de la fe. Solo en el tiempo se configura plenamente el sí definitivo. Y en ese tiempo, hay momentos en que la luz se pierde o deja de ver, como sucedió a los reyes magos con la estrella que les llevaba a Belén.

Ver más en el libro: El sacerdote, psicología de una vocación

Wenceslao Vial

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