Marihuana, salud y amor

Marihuana, beneficios y riesgos

Marihuana, salud y amor es un título que incluye anhelos más allá de la droga. El acceso a la marihuana hoy día se ha facilitado y difundido de un modo notable. Cada vez son más numerosos los blogs y los canales de Youtube dedicados a ofrecer noticias y consejos para su cultivo y consumo.

Esta situación genera que muchos cristianos se planteen de un modo quizá más vivo y directo si fumar marihuana es, después de todo, tan malo. En este post queremos ofrecer algunas reflexiones sobre este tema.

Para empezar, conviene aclarar que desde el punto de vista de la ética cristiana el uso recreativo de la marihuana (queda fuera de análisis su uso terapéutico) no está bien visto y está resueltamente desaconsejado. Este juicio se basa fundamentalmente en dos motivos.

La marihuana y su impacto en la salud

El primero de ellos es por el impacto negativo en la salud. Basta consultar un manual de toxicología médica, un buscador de artículos serios de medicina (ej. PubMed), o más directamente el Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías (EMCDDA) para darse cuenta que su consumo -para muchos- puede ser peligroso; que la marihuana se convierte -para muchos- en una dependencia; que significa -para muchos- una disminución del rendimiento en sus estudios, en su trabajo, en su vida social etc.

A propósito hemos repetido el “para muchos”, porque también parece ser cierto que hay otros “muchos” para quienes su consumo no supone un impacto tan marcado o en todo caso, produce un daño que se está dispuesto a tolerar, así como sucede, por ejemplo, con la tolerancia al impacto extremamente negativo que el consumo de tabaco ocasiona a nuestra salud.

La marihuana y tu relación con los demás

Aquí es donde entra el segundo motivo. Desde el punto de vista cristiano no es sólo el cuidado de la salud lo que hace que el fumar marihuana sea “malo”. Esta segunda motivación tiene que ver con la específica propuesta de vida a la que invita la fe cristiana. Dicha propuesta consiste en fomentar todo aquello que potencie la capacidad personal de entrar en relación con el mundo, con los demás y con Dios y desaconsejar aquellas que tienden a la búsqueda de uno mismo a costa de los demás, al egoísmo, al estar encerrado en la propia inmanencia.

Si nos centramos en el trato con los demás, las relaciones que se promueven se fundamentan en el arte de buscar el bien-del-otro, en hacerse cercano a todos -ser prójimo-, en fomentar lo que un autor escocés llama las “virtudes de la dependencia reconocida”: la generosidad, la misericordia, la piedad, el perdón, el agradecimiento, la ternura y, sobre todo, el cuidado mutuo. Este modo de vivir y ver las cosas es lo que caracteriza al amor cristiano. Exige emprender un camino de vida hecho de pequeñas decisiones, en las que vamos limitando los daños de nuestro multifacético egoísmo y fomentando la sensibilidad a las necesidades de los demás.

A este punto, podemos preguntarnos ¿y que tiene que ver la marihuana con todo esto? La respuesta, pienso, es la siguiente: cuando se está afectado por la marihuana nos hacemos vitalmente torpes para seguir este ideal.

Marihuana que arruina la salud y el amor

Cuando se fuma marihuana el epicentro de atención dejan de ser los demás para pasar a ser uno mismo. La marihuana nos altera de uno u otro modo y de hecho es el motivo obvio por el que se consume esta droga. Con solo echar un vistazo a la terminología cannabica salta a la vista que lo esencial de la marihuana es conseguir que “pegue”: dependiendo los lugares, se le llama “estar fumado”, “volado”, “pacheco”, “trabado”, “colocado”, y sus distintas fases -autores disputan- como “el puntillo”, “el subidón”, “el colocón” etc. El inglés es también descriptivo: “being high”. En resumen, este desenfoque de nuestra atención y del autocontrol que produce el estar fumado no ayuda a vivir y hacer real el núcleo de la vida cristiana.

Y aunque es frecuente fumar en grupo, y en algún sentido se puede decir que refuerza la relación con los demás, difícilmente puede afirmarse que reine allí un ambiente de cuidado y fomento mutuo. Se está en compañía, pero tantas veces es mera coincidencia espacial. Cada uno va a lo suyo. Cada uno concentrado en que la calada sea buena. Se está lejos de hacer real la invitación de san Pablo: “llevad los unos las cargas de los otros”.

La marihuana y el amor

El fumar marihuana es en este sentido un placer perjudicial, no porque el cristianismo limite el placer a dosis pequeñas y medidas, sino porque genera una especie de ruido interior que impide sonar la música del cuidado mutuo, la música del amor, hecha de pequeños gestos, que se viven de un modo diario, abnegado, alegre.

La marihuana en definitiva no es un buen aliado a la hora de entrenarse para el tipo de amor al que nuestra fe nos invita, amor que no teme al sacrificio del propio gusto, amor que no quiere depender del vaivén de los sentimientos, amor que busca cuidar al otro sin prepotencia, sin imposiciones ni sustituciones. Quizá fue a esta sobriedad que el amor exige, un día después de otro, a lo que se refería Cristo cuando puso como condición de su seguimiento el tomar la pequeña cruz de cada día.

Martín Luque

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Juan Bautista Torelló, centro de estudios en psicología y vida espiritual JB Torelló, Viktor Frankl y Torelló